Amigos en la crisis

Amigos en la crisis

        Abro mis ojos al despertar. El nuevo día comienza. Siempre es un desafío volver a empezar. La monotonía sigue siendo un gigante egoísta que nos asusta, nos arrincona, nos restringe en sus cárceles de aburrimiento. A veces nos vuelve cínicos, opresores sarcásticos, porque nos aterroriza lo nuevo, lo no explorado. El cambio se vuelve subversión y nos paraliza. Sin embargo, sabemos de la importancia de la crisis en nuestras vidas. Me atrevería a decir, que no es posible aprender a mirar la vida en su mayor plenitud sin la acción transformadora de la crisis. Ella es capaz desarmar nuestros esquemas paralizantes. Ella nos permite mirar hacia dentro y hacernos las preguntas que iluminan. Por eso me fascina la mirada de Jesús en su pastoral en la tierra. Puedo identificarme con ese Jesús que acompaña en el dolor y también con el que desestabiliza con sus preguntas generadoras de crisis. Sus parábolas siempre nos dejan con el corazón abierto, inquieto, como educando para el asombro. Como si quisiera comunicarnos la eternidad, pero sabiendo que solo es posible cuando el corazón lo descubre en su propia lucha interior con la verdad.

Acompañar en la crisis puede llegar a ser un acto profundamente pastoral en una época donde la gente no tiene tiempo. La ausencia de tiempo es, en sí misma la gran paradoja de nuestra “moderna” sociedad actual. Lo programable, lo predecible, en fin, lo que se pueda controlar es “la” meta humana en estos días y, por lo tanto, todo aquello que se escapa de nuestra programación es un tiempo perdido para mucha gente. De alguna extraña forma, el mundo ha evolucionado a una especie de pánico a la sorpresa, a lo inesperado y uno se pregunta cómo sobreviviremos finalmente, si la Vida siempre se las ha arreglado para sorprendernos una y otra vez.

He tenido el privilegio de acompañar a algunos amigos en la crisis. Me impresiona lo mucho que he aprendido en cada proceso. En especial a soltar cuando todo parece indicar que tenemos las respuestas precisas para cada problema. Tal vez lo más impactante ha sido comprobar el valor que nuestra presencia tiene para el otro que sufre, incluso más que nuestras palabras, nuestras enseñanzas o consejos. Por eso es tan dramático meditar en el acompañamiento pastoral como un proceso encarnacional, al estilo de Jesús, el Verbo hecho carne, que habitó entre nosotros… y vimos su gloria…[1]Nuestra presencia lleva la marca de nuestras propias fragilidades y vulnerabilidades. Desde allí acompañamos y servimos, con lo más caro que tenemos: tiempo. Como los caminantes de Emaús, a quienes Jesús se acercó, no desde su posición de autoridad mesiánica, sino desde el acompañamiento que inspira. Es entonces que la enseñanza se vuelve dinámica y transformadora. Desde ahí, estos discípulos contarían la historia diciendo: «¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»[2].     



[1] Juan 1:14

[2] Lucas 24:13-35