Ser o no ser en el siglo XXI

Ser o no ser en el siglo XXI

       Cuatro siglos han pasado, desde que Shakespeare inició su famoso monólogo con la frase “Ser o no ser, esa es la cuestión”, en la obra teatral de Hamlet. El mundo ha cambiado vertiginosamente desde entonces, sin embargo, la pregunta nos resulta tan pertinente, precisamente porque el cambio nos ha posicionado ante una nueva forma de ver y sentir la vida y la muerte. Mientras Hamlet discurre entre los horrores de su presente y los avatares de lo desconocido después de la muerte, nuestra época afronta un nuevo dilema, aún mucho más complejo ¿Cuándo comenzamos realmente a vivir y a morir?

        Al comenzar el siglo XXI nuestro real dilema tiene que ver con estar despierto o anestesiado por el sistema. Nuestra conciencia enfrenta su peor crisis, la de “ser o no ser”, en relación a su conexión consigo mismo y con la realidad que lo rodea. Lo mediático, el absurdo de la información desbordada, el trabajo como ídolo generador de consumo, la religión como supuesto valor trascendente y escapista, la apariencia como sumo valor competitivo, nos tiene sumidos en un sueño surrealista.

        ¿Cómo responderemos frente a este tremendo desafío actual de ser o no ser? ¿Cómo afrontar la vida y la muerte con dignidad? ¿Podemos acaso imaginar una nueva forma de relacionarnos, de mirarnos, de esperarnos? ¿Será posible reaprender a comunicarnos desde la transparencia y la solidaridad? ¿Será posible redescubrir el trabajo como una intervención de la realidad para transformar nuestro entorno? ¿Será posible reencontrarnos con el misterio de Dios, sin la necesidad de enclaustrarlo en categorías teológicas? ¿Será posible volver a aprender lo que significa maravillarse y sorprendernos cada momento de la subversiva vida? ¿Será posible renunciar a nuestros profundos deseos de control y la búsqueda de certezas y volvamos a ser peregrinos, aprendiendo a confiar y a mirar al Jesús, Dios hecho carne?

        Lo cierto es que no es fácil “ser” realmente en estos días. Hablo desde mi propia experiencia contradictoria. Hablo desde mis propios desiertos y soledades. Hablo de mi paradójica fe en Dios. Esa que a ratos profeso con locura y pasión y que, en otros momentos, sucumbe entre las estupideces humanas cotidianas. Si, lo sé, nos enseñaron una espiritualidad diferente hace años. Esa donde abundan los triunfalismos, los éxitos, los métodos y las fórmulas. Tiempos aquellos de absolutos relativos, toda vez que pretendíamos mostrar lo mejor de nosotros, no obstante, por la noche nuestra desnudez mostraba su peor cara, al mejor estilo del leproso Naaman, quien de día era un brioso general de un ejército, y en su secreta morada, su cuerpo delataba su verdadera cara. Mucho de Naaman hay en cada uno de nosotros…

 

        Por eso propongo que volvamos a hablarnos desde la vulnerabilidad, desde lo frágil, sin las fútiles imágenes de superioridad que abundan en estos días. Sin la necesidad de validarnos a cada instante, sin la aburrida obcecación meritocrática. Simplemente disfrutándonos, acompañándonos. No es posible “ser” en solitario, se “es” siendo con los demás. Hace poco una mujer que conozco ofreció un abrazo a un desconocido desconsolado, que a viva voz gritaba su desgraciada vida. El desconocido desconcertado acepto el abrazo, sin ser juzgado, ni condenado. De seguro, ese día fue un día especial para aquel hombre herido, ¡quién sabe cuántas heridas puede sanar un abrazo!