La Buena Nueva del mundo real

Leonardo Alvarez Castro

Es bien sabido que cuando las mentiras se vuelven cotidianas y reiterativas pueden ser fácilmente adoptadas como verdad. Cabe preguntarte entonces ¿cuánto hay de verdad en lo que vivimos todos los días? O dicho de otra forma ¿qué es lo que constituye una verdad? De esto se ha escrito tanto y divagado, que sería inoficioso extenderse en este sencillo artículo, más aun, cuando es un tema filosófico de tan alto vuelo. Baste decir aquí, que valdría la pena cuestionar todos aquellos quehaceres y valores que como sociedad hemos aceptado como verdades absolutas, porque vivimos imbuidos en ellas y las aprendimos desde niño, como pan de cada día.

 

¿Qué tan verdadero es el mundo en que vivimos?

 

Confieso que hablo desde el corazón más que de la razón cuando digo, que no me cabe duda de que debe existir el mundo real. Ese mundo trascendente y pleno de significado y sentido y es tarea de todos el querer descubrirlo. Porque si hay algo que abunda en el mundo conocido y evidente, es que estamos llenos de tantas superficialidades, de tantas fachadas y máscaras. Pero entonces, cuánto hay de verdad en todo lo que vivimos a diario. Desde que nos levantamos por la mañana, hasta el anochecer, cuánto de lo que hacemos tiene real significado. Cuánto de lo que hacemos no será puro espejismo e ídolos que hemos creado para justificar nuestros vicios del alma, como el egoísmo y la avaricia.

 

Ernesto Sábato, en Hombres y Engranajes nos habló del semidiós renacentista, haciendo alusión al mundo tecnócrata y cientificista, que se lanzó con euforia a la conquista del universo, dónde las grandes preguntas metafísicas fueron reemplazadas por la eficacia, la precisión y el saber técnico. Lo que él llama la paradoja de la deshumanización de la humanidad:

 

“Esta paradoja, cuyas últimas y más trágicas consecuencias padecemos en la actualidad, fue el resultado de dos fuerzas dinámicas y amorales: el dinero y la razón. Con ellas el hombre conquista el poder secular. Pero – y ahí está la raíz de la paradoja – esa conquista se hace mediante la abstracción: desde el lingote de oro hasta el clearing, desde la palanca hasta el logaritmo, la historia del creciente dominio del hombre sobre el universo ha sido también la historia de las sucesivas abstracciones. El capitalismo moderno y la ciencia positiva son las dos caras de una misma realidad desposeída de atributos concretos, de una abstracta fantasmagoría de la que también forma parte el hombre, pero ya no el hombre concreto e individual sino el hombre-masa, ese extraño ser con aspecto todavía humano, con ojos y llanto, voz y emociones, pero en verdad engranaje de una gigantesca maquinaria anónima. Este es el destino contradictorio de aquel semidiós renacentista que reivindicó su individualidad, que orgullosamente se levantó contra Dios proclamando su voluntad de dominio y transformación de las cosas. Ignoraba que también el llegaría a transformarse en cosa.” (Sábato, E.)

 

No cabe duda por la experiencia de nuestra historia, que una de las grandes falacias de nuestro mundo tiene que ver con el endiosamiento de la razón y el dinero. Lo espantoso de esto es como estos dos factores inciden en prácticamente todo lo que vivimos y hacemos, como una especie de dictadura, a la cual nos resignamos, como si no hubiera alternativa alguna.

 

Los dioses del mercado y el consumo, unido a la glorificación de la razón nos han esclavizado, de tal forma, que en la mayoría de los casos, no se cuestiona su validez. Desde la educación, pasando por el trabajo, el descanso y la familia, han caído presa de esta inmensa religión, las cual veneramos como absoluta.

 

Pero, ¿dónde se encuentra el mundo real? La Biblia, en palabras de Jesús en los evangelios, se refiere a este como el Reinado de Dios: “El Reinado de Dios se ha acercado”. En la persona de Jesús se acerca a nosotros, se hace posible y accesible por medio de su vida que nos conecta con lo trascendente. Su vida y obra es una permanente lucha con los poderes fácticos de su entorno. Vino a desenmascarar al mundo, a ponerlo de cabezas. A romper los falsos esquemas del poder y a glorificar el servicio, como una forma de que el ser humano encuentre a Dios en la relación con otros seres humanos. Jesucristo representa la máxima revelación del mundo real. En sus andanzas, convivencias, diálogos y preguntas a sus coterráneos, los convoca a descubrir, a caminar la senda de los desconformes, de los desadaptados. Les enseña a mirar como niños, a maximizar la belleza de lo simple, a descubrir a Dios entre los absolutos gestos de entrega y sacrificio. Nos confrontó con la belleza del más grande valor del mundo real, el amor sacrificial, de la negación de sí mismo y de la decisión. En este mundo real el amor existe porque se disfruta amando, porque es el gran camino para la vida. Desde ahí deducimos que no hay cosa más verdadera que el amor, y que todo aquello que hacemos en la vida es verdadero cuando proviene del amor. No del amor sentimentaloide y egoísta que promueve el mercado, sino el amor de la renuncia y del abandono de los privilegios, para hacer sonreír al otro.

 

Es increíble como en este mundo donde nos desenvolvemos cada día, los falsos valores del éxito nos han invadido de tal forma que nos volvimos tan arrogantes y autosuficientes, que ya no somos capaces de ver nuestra más profunda pobreza. Hace poco en nuestro país, una reconocida animadora de televisión, en uno de sus proyectos televisivos, tuvo la idea de mostrar a los televidentes las grandes diferencias que existen en los niños estudiantes de los sectores rurales, en comparación con los niños de la ciudad. Su proyecto consistió en mostrar la realidad de los “pobres” estudiantes campesinos y luego llevarlos a la ciudad en un tour por las modernas calles, con sus semáforos y grandes edificios. El tour también consideró una visita al Mall, con sus ingeniosas escaleras mecánicas, que eran la admiración de aquellos pequeños. La mayoría de esos niños nunca había visitado la ciudad y la animadora, visiblemente emocionada en la cámara, expresaba su dolor al ver las increíbles “desigualdades” de la sociedad chilena. No estoy diciendo que no exista pobreza en nuestro país y más aun en nuestras zonas rurales. Lo que estoy cuestionando es nuestra mirada de la pobreza, teniendo como referencia nuestro estilo de vida en la ciudad. Cómo podrían nuestras ciudades y malls ser el referente de una sociedad más exitosa o rica. Como podrían ser nuestras afiebradas esquizofrenias, de correr de un lado para otro, el modelo a seguir de una sociedad soñada. Y qué podríamos decir de aquellos dichosos chicos del campo que aun tienen tiempo para mirar las estrellas y degustar del olor de la tierra y de la belleza y riqueza de la libertad de los pájaros y tantos otros muchos milagros de la creación ¿Quiénes son los realmente pobres? Ellos o nosotros, que nos hemos acomodado a vivir sin tiempo, saltando de una actividad a otra porque en esta sociedad el ocio es un pecado imperdonable. ¡Que terrible es que hayamos olvidado, que hasta el mismo significado de la palabra educación viene de “ocio”! No me refiero a ese eterno espacio de tiempo de los flojos, sino a ese arte maravilloso de aprender a degustar de la belleza de lo que creamos a cada momento. Cuán mecánica y monótona puede ser la vida de las ciudades y aun así seguimos pensando que somos más ricos o que tenemos mejor calidad de vida que aquellos pobres campesinos ¿Quiénes entonces son los verdaderos pobres?

 

Y que más decir de la educación de nuestros días en mi país, donde todo se cuantifica y pragmatiza, en pos de una sociedad más moderna y desarrollada. ¡Cómo hemos caído en la falsa promesa del desarrollo! Y otra vez me pregunto ¿de qué desarrollo estamos hablando? Chile avanza a pasos agigantados en pos de aquella educación de calidad, que no es otra que seguir el camino de los grandes países industrializados. Dicen que el gobierno actual ha tomado el camino de países como Singapur, que han logrado tan grande nivel social y económico. Es el paraíso de la modernidad y el desarrollo. Lo que no se dice es que estos países tienen el más alto nivel de suicidios por habitantes. De qué desarrollo estamos hablando entonces. ¡Cuánta falta nos hace volver a preguntarnos por los verdaderos valores de la educación! ¡Cuánta falta nos hace recordar que la verdadera educación es para el afecto! Quien no ha recibido afecto ni aprendido amar no puede en modo alguno entender lo que significa la vida. Nunca olvidaré una de mis primeras clases en la universidad, comenzando mis estudios de pedagogía. El jefe de la carrera nos recibía y nos arengaba acerca del sentido más profundo de la educación. Entre sus palabras nunca olvidaré la frase: “me importa un comino que mi hijo crezca sin saber cómo se desarrolla el proceso de fotosíntesis, sin embargo, me llenaría de tristeza al saber que cuando sea grande golpee a su esposa o maltrate a sus hijos”. La educación en nuestro país es una de la grandes víctimas de esta sociedad ideologizada e idolátrica. ¡Cuanta información acumulada en las cabezas de tantos niños, mientras sus corazones, mueren de inanición por falta de tiempo! Luego nos sorprendemos de la violencia que cada vez nos acosa con más precocidad en los centros educacionales.

 

El mundo real nos espera. Todavía don Quijote siente que vale la pena seguir luchando por los desvalidos de este mundo. Sé que hay muchos que lo seguirán tildando de loco y desvariado, pero que importa si hubo uno que nos mostró el camino. Que nos dijo que acomodarse era la muerte y que los buscadores reciben el premio. Jesucristo nos abrió el camino de regreso al mundo real, no el de los artificios y el neón, no el mundo del éxito hedonista, sino el mundo donde sigue reinando Dios, desde el trono de la cruz. Desde la entrega y el sacrificio. Desde la belleza de lo simple y lo cotidiano. El mundo de los amigos del alma, de los que aun tienen tiempo para el café y las risas y el buen humor. El mundo que se construye a besos y abrazos, donde nuestro más grande tesoro es el amor. No cualquier amor, el amor encarnado de Jesús.

 

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