Adorar desde la crisis

“¡Ofrece a Dios tu gratitud,

cumple tus promesas al Altísimo!

Invócame en el día de la angustia:

Yo te libraré y tú me honrarás.”

“Quien me ofrece su gratitud,

me honra;

al que enmiende su conducta

le mostraré mi salvación.”

(Salmo 50: 145, 23)

 

Mi paso de tres semanas por Costa Rica fue un tiempo muy especial de retiro, donde tuve el privilegio de conectarme de una manera especial con los salmos y el libro de Job. La riqueza de ambos libros observados paralelamente te dejan realmente inquieto, especialmente cuando uno trata de acercarse a la adoración desde la crisis. Reconozco que ha sido un encuentro duro, lleno de preguntas más que respuestas.

 

En medio de todo este proceso reflexivo, me llegaban cartas de amigos, de distintas partes, quienes compartían conmigo diferentes expresiones de conflicto personal y comunitario. No podía menos que pensar que la mayoría de nosotros vive en un mundo de crisis, a las cuales estamos expuestos directa e indirectamente. Incluso uno se pregunta si es posible cierta estabilidad personal, en medio de un mundo donde el dolor no para. Alguno se preguntará también , si la misma búsqueda de la felicidad personal no es acaso un búsqueda egoísta, e individualista, toda vez que hay millones en este mundo que ni siquiera tienen acceso a las cosas indispensables para sobrevivir. Otros alegarán que no es posible ayudar a otros mientras nosotros nos estemos bien primero. Algo así como ámate primero a ti mismo para que luego puedas amar a los demás. Frases como estas y tantas otras hemos tomado prestadas gustosamente del pensamiento postmoderno, muchas veces sin siquiera atrevernos a cuestionar su veracidad.

 

No obstante los salmos nos conducen por senderos a veces escabrosos, por la queja transparente al Dios de la vida, por el dolor incomprendido, por la ausencia, la soledad y el desaliento que se mezclan con la desesperada búsqueda y refugio en el Dios soberano. No veo en los salmos idealismo ni palabras superficiales de confianza en Dios. Más bien me encuentro con realidades humanas concretas. Con ese ir y venir de luchar con el conflicto, y ese deseo profundo de querer adorar desde la crisis, porque subyace la idea de que más allá del desorden humano, hay un Dios amoroso que nos quía por sendas de justicia. Es una adoración desde la fragilidad, donde la adoración salmista encuentra su clímax. Desde las cosas nos resueltas muchas veces, desde la liberación o desde esa búsqueda de auxilio donde se ve invadido de enemigos o acosado por los ídolos del entorno.

 

Hay en los salmos una idea transversal de que la alegría y el gozo de la alabanza es algo mucho más que la ausencia de problemas o crisis. Se funda más bien en el agradar a Dios, en esa tensión de conflicto y auxilio de Dios. “Yo te libraré y tu me honrarás”. Se trata de un honrar que está íntimamente con la obediencia a Dios, con la idea de tomar en serio sus valores y sus enseñanzas, con la forma en que vivimos en relación al prójimo y a la justicia. Es decir, hay una fuerte connotación ética en la adoración salmista: ““Quien me ofrece su gratitud, me honra; al que enmiende su conducta le mostraré mi salvación.” (Salmo 50: 145, 23).

 

Dentro de las cartas que he recibido en estos días se encuentra la de una sobrina que me escribe desde Temuco, Chile. Es una de esas cartas tipo Salmos, llena de profunda transparencia, donde me manifiesta su conflicto con el mundo en que vivimos. Me habla de los propios ídolos con los que lucha cada día. Me cuenta de sus deseos de agradar a Dios, de cómo sufre con los problemas de otros. Al leerla puedo darme cuenta de que su búsqueda es genuina, de que sus preguntas son tremendamente pedagógicas para una comprensión de la verdadera adoración, que no es otra cosa que una mejor comprensión de quién es Dios y de cómo quiere relacionarse con nosotros. Allí pude ver esa fuerte tensión entre el que naufraga entre las diversas cosmovisiones y su deseo de agradar a Dios. La paradoja es evidente, porque en un mundo donde predominan los triunfalismos, y los falsos éxitos humanos enmascarados, la adoración desde la crisis se nos plantea como la forma salmódica de adorar desde la fragilidad, desde la necesidad y desde esa posición se hace posible toda comunión con el Señor de la vida. Es desde allí que nuestra concepción de los otros se vuelve más concreta y empática. Es desde la fragilidad propia que realmente adoramos a Dios, al depender solo de su gracia, desde donde somos rescatados y desde donde aprendemos de justicia. 

 

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